Entre el museo y la ciudad hay una relación contractual (entendiendo la ciudad como infraestructura de entes privados y no privados que se relacionan). Marina Garcés [1], plantea que este contrato es una ficción calculada, y se ha inventado con unos propósitos que podemos imaginar. En esta comunidad de propietarios en la que vivimos, el museo (como un propietario más) realiza su ejercicio de sumisión y obligación hacia los poderes dominantes. Tiene una relación autista con su entorno, caracterizada por la incapacidad de establecer contacto verbal y afectivo con las personas.
No hay un acto del habla que establezca un verdadero nexo entre la
pareja que configura el “museo-propietario” y el
“individuo-sin-nada-que-perder”. Su voz va quedando confiscada en su
propio recinto, más aún conforme los focos culturales se desplacen a
espacios más pequeños, espontáneos, sin vínculos contractuales de ningún
tipo y en sintonía con otros relatos.
La voz confinada, la voz libertaria. ¿Con cuál de ellas estamos
dirigiendo nuestras reivindicaciones? ¿Estamos seguros de que nuestra
voz no está hablando desde el confinamiento? La desfachatez del sistema
capitalista es tal, que ni protestar, ni revelarse a la vieja usanza
será suficiente. Nos hemos convertido en ese enorme "padre" que intenta
dialogar con ese hijo autista que determina toda su vida. Y digo "hijo",
porque debemos asumir que lo que tenemos es fruto también de lo que
co-creamos y permitimos conformar.
Recientemente se abrió el archivo MOR, un Museo Oral de la Revolución,
concebido por Beatriz Preciado y realizado a partir de la investigación
y la colaboración de los alumnos del PEI (Programa de Estudios
Independientes) del MACBA. Archivo-exposición performativo y sonoro, el
MOR se estructuró en talleres, performances, itinerarios por el Raval e
interpretaciones públicas de enunciados, discursos o manifiestos. Todas
las actividades se trazaron partiendo del cuestionamiento sobre cómo
hacer audibles (en el contexto del museo y de la ciudad contemporánea)
los lenguajes históricos de transformación social, e inventados por las
minorías raciales, de género, sexuales, corporales y de diversidad
funcional y cognitiva.
Desde Tussaint-Louverture, Olympe de Gouges, Jean Deroin, Karl Ulrich
y Larry Kramer entre otros, se han escuchando voces de cuerpos abyectos
que se han declarado sujetos políticos sin haber tenido derecho a
hablar públicamente. ¿Cómo sucede esto? Preguntó Rancière. Se invitó a
los artistas y participantes a responder ésta y otras preguntas: ¿Cómo
se inventa una escena de la enunciación? ¿Cuál es la “voz contemporánea”
que irrumpe en el lenguaje de la ley para interrumpir su funcionamiento
unívoco? cuestionó J. Butler.
Muchas de las experiencias a las que se hacen referencia en el
archivo MOR dejan claro que hay un valor importante en la manera en que
las minorías lanzan enunciados construidos colectivamente. De forma
molecular, microscópica, excéntrica y no por ello inexistente. Con el
mismo efecto acumulativo que nos provocó a los participantes, la
experiencia de intensificar la escucha en la obscuridad o la enunciación
de actos del habla; la oralidad de lo dicho pasó de imperceptible e
individual a colectiva y corpórea. Resonancias, ecos, voces. Ya no eran
nuestras, sino de todos.
La invitación a entender ahora la potencia de nuestra situación como
una conjunción concreta de cuerpos, sentidos, quehaceres, rutinas, e
interrupciones era clara, y nos conduciría a asumir que los cuerpos que
"se continúan", dice Marina Garcés, tendrán la posibilidad de construir
una voz compuesta de multitud, orgánica y diversa. Esa concatenación de
cuerpos nacida de la efracción, construye sin duda una riqueza
colectiva. Por unos días, el MOR dio una tregua a la pareja
“museo-propietario” e "individuos-sin-nada-que-perder”, favoreciendo la
posibilidad de que comenzaran a escucharse. Es una invitación abierta en
el tiempo que valdría la pena repetir.
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